En verano, debido al calor y a las altas temperaturas, uno de los riesgos que corremos es que nuestro cuerpo pierda una gran cantidad de agua y sales minerales, llegando así a la deshidratación.
Este riesgo es mayor en niños, ancianos, personas que sufren enfermedades crónicas, quienes apenas beben líquidos y aquellos que practican un ejercicio intenso en las horas de más calor del día.
Para evitar la deshidratación es necesario beber agua o bebidas isotónicas, que aparte de agua nos aportan los electrolitos que nuestro cuerpo necesita. Debemos beber siempre que tengamos sed, mejor a tragos grandes que pequeños y en situaciones de pérdida intensa de agua, como altas temperaturas o ejercicio intenso, debemos beber incluso antes de tener sed, pequeñas cantidades y de forma periódica.
Si es leve, sentiremos sed, cansancio, dolor de cabeza, la boca seca y mareo cuando nos pongamos de pie (hipotensión ortostática), además de una disminución en la cantidad de la orina, que será más oscura de lo normal. A veces también podremos sentir que se nos nubla la vista. Si la deshidratación se hace más severa, sentiremos somnolencia, notaremos los ojos hundidos y pueden producirse desvanecimientos.
Si no tenemos acceso a agua u otra fuente de líquidos y sales minerales, la muerte por deshidratación se produce en un periodo de tres o cinco días.
El tratamiento de la deshidratación se realiza reponiendo los líquidos y sales que hemos perdido. Para ello se utilizan sueros comerciales que se pueden encontrar en la farmacia o sueros caseros, como la limonada alcalina, que podemos preparar disolviendo en un litro de agua el jugo de 2 limones, una cucharada de bicarbonato sódico y añadiendo azúcar según nuestro gusto.
Si la deshidratación es muy grave, normalmente es necesaria la administración de líquidos por vía intravenosa y la hospitalización.